martes, 8 de noviembre de 2016

PERIODICO RT

Jhon Steven Bohorquez Bohorquez


Noveno año básico "A"










El plantel, con su lema “Solo la educación salvará al Ecuador”, se fundó en 1970 como colegio municipal, después se lo nacionalizó el 5 de mayo de 1975. Lleva el nombre del filántropo Doctor Rashid Torbay,  quien vivía en el cantón y donó el solar donde se hizo la primera edificación. Su primer rector fue Luis Tinoco Gallardo (+).

El colegio Doctor Rashid Torbay ofrece  el título de bachiller en carreras técnicas y humanistas.

Cuenta con más de mil alumnos y 70 profesores. Se trabaja en jornadas matutina y vespertina. Tiene las especializaciones como bachillerato Internacional ,Físico matemático, Químico-biólogo, Filosófico-sociales, además Comercio y administración, Contabilidad e informática.













REPORTAJE

REPORTAJES



Entrevista al Lcdo. Miguel Ángel López

Rector del Colegio Otto Arosemena Gómez.


F: ¿Sus estudiantes cuentan con un laboratorio de computación, y con acceso a internet?
R: Sí. Tenemos 2 laboratorios que cuentan con 40 computadoras cada uno y con internet.
F: ¿Qué desafíos cree Ud. que tiene su institución educativa frente a los cambios tecnológicos que actualmente existen?
R: En la actualidad tenemos que proveernos de tecnología para que los estudiantes puedan aprovechar de sus beneficios.
F: ¿Por qué piensa que es importante en una sociedad globalizada, que los estudiantes de su institución educativa puedan tener una certificación en tecnología de validez mundial?
R: Es importante ya que abre puertas para el futuro profesional, que en la actualidad es muy necesario.

CARTAS DE LECTORES


LA POBREZA
La pobreza es considerada una situación en que la población carece de los recursos para satisfacer sus necesidades básicas, y permita un adecuado nivel de vida. Entre sus causas tenemos: enfermedad, ignorancia profesional, corrupción social (pública y privada), dependencia gubernamental y empresarial... Estos factores no son independientes entre sí, por cuanto la enfermedad puede contribuir a la ignorancia; la corrupción a la enfermedad y dependencia, debido a que están introducido en los valores personales y prácticas culturales y profesionales.
En los países subdesarrollados la pobreza no es una enfermedad, sino una situación económica crítica, y la ignorancia no es la escasez de conocimiento, sino de decisión profesional para superar la pobreza económica y personal, y la corrupción es la dependencia de un mal sistema de control y de justicia en la sociedad; por eso la reducción de la pobreza es analizada bajo un enfoque social y personal. La solución social para reducir la pobreza está en la existencia de una voluntad política productiva y positiva para el desarrollo de un país, así como también está en la disminución de la presión de ciertas élites ricas de un país, sobre la toma de decisiones de los gobiernos independientes y soberanos en materia económica, y con respecto al mercado de bienes y servicios. La solución en lo personal para reducir la pobreza está en evitar la desigualdad en la distribución de la riqueza mediante préstamos blandos para impulsar la iniciativa de los emprendedores, y también crear nuevas plazas de empleo permanente para fomentar la actividad de los trabajadores y profesionales técnicos, incrementando la producción de bienes y servicios a través del aumento de la inversión interna y externa. Reflexión: ¿la pobreza en los países subdesarrollados con grandes recursos naturales es una situación económica crítica, generada por factores internos o por los intereses políticos y personales?(O)
Ángel Calderón Mayorga,
Economista, Guayaquil

cronicas

CRONICAS

Entrar al colegio

A los seis años cambié el mundo de mi casa por el colegio. Se acabaron mis largas horas tirada en el suelo dibujando o leyendo; mis amores con el gato negro que había caído en la carbonera y que me seguía como si fuera un perrito. Los atardeceres acostada en la terraza de la casa viendo cómo las nubes cambiaban de forma y de color. Las incursiones proscritas al estudio de mi padre para sisar papeles de acuarela que me estaban vedados porque eran caros. Las salidas al callejón a jugar con los niños del barrio, cuando nos mudamos a la trece calle A, también se vieron afectadas, se fueron espaciando.

Sin darme cuenta, entrar al English American School era decirle adiós a una etapa deliciosa de mi vida. Solo años más tarde, leyendo las historias inglesas de los niños desamparados en los orfelinatos, comprendí la total dimensión de haber entrado al colegio, aunque fuera solo por ocho horas diarias con un respiro para ir a almorzar a casa. Lo que más echaba de menos en aquellos años eran los libros que se quedaban en la casa cuando, el bolsón echado a la espalda, me dirigía al colegio.

Para empezar, el patio de juegos estaba cubierto con unas losas de cemento gris --el gris más aburrido de la vida-- que además eran letales para las rodillas de las niñas que se caían sobre ellas. El cubo de la escaleras estaba forrado en madera teñida de café oscuro, un color que, en la imaginación de los dueños, era encubridor. Las telas más horrendas que he visto en muebles, vestidos, cortinas y demás, eran encubridoras. Lo que quiere decir que tenían apariencia de bosta de vaca.

No todo era malo en el colegio, había tantas cosas que aprender y algunas de las maestras eran gentiles, pero ese estar sujeta dentro de una clase durante dos horas antes de que la campana anunciara la pausa del recreo, me era difícil. Además, estaba acostumbrada al silencio, a la calma, y el bullicio me desconcertaba. Así que cuando sonaba la campana y se abría la esperanza del goce, la pobre bicha quedaba muerta allí mismo: mis compañeras corrían y gritaban como locas, yendo de un lado a otro del patio, subiendo y bajando escaleras, aullando como pieles rojas.

En realidad no tenía nada que compartir con las niñas del colegio. Mi vida interior era intensa y mis compañeros de juego del callejón, duros e implacables. Con ellos usaba todas las energías vitales que luego recuperaba leyendo o escuchando leer a mi madre, escrutando el cielo, oyendo a papá tocar el piano, sentándome a su lado mientras se dedicaba a preparar telas, a darle los toques finales a un cuadro o a modelar en arcilla.

Mis abuelos paternos eran gente sencilla que sentó sus reales en Chichicastenango, con una vida provinciana y muy próxima a la naturaleza. Mi abuela Julia lo manejaba y disponía todo en silencio. Mi abuelo Flavio, por el contrario, hablaba mucho de los temas de su profesión de antropólogo y arqueólogo. Mis abuelos maternos eran diferentes y aunque mi abuelo Aurelio era cosmopolita y habría podido entregarme un universo fascinante sobre sus experiencias de viaje, no se fijaba en mí. La luz de sus ojos era mi hermano mayor. Tengo poco qué decir de él, al menos hoy. Mi abuela materna era otra cosa: andaluza a morir, estar a su lado era vivir una fiesta constante.

Ninguno de ellos tenía fijación por colgarse de árboles genealógicos y todos podían ver la nobleza innata de cada persona. Lo mismo hablaban con el ser más insignificante que con los jerarcas o estudiosos. En general se ocupaban poco de las pomposas galas sociales, embebidos como estaban en sus profesiones, sus familias, sus lecturas, el cine, el teatro –-cuando lo había-- y las sobremesas del domingo, donde los temas eran infinitos y cada cual podía expresar su opinión aunque fuera la más estrafalaria del mundo.

Entrar al colegio fue darme cuenta de que vivíamos en un país de castas. La mayoría de mis compañeras eran de tez clara: todas éramos ladinas, y los indígenas, a sus ojos, eran unos seres terriblemente folklóricos, con vestimentas típicas. Sabían que existían porque muchos de los sirvientes en sus casas eran indígenas. Por otro lado no sabían dónde quedaba Sirio en el cielo, ni qué quería decir chuch cajau en quiché, ni cuál era la funciòn de esos chuch cajaus ni a dónde iban las aves migratorias que pasaban tan alto en el cielo. Pero sabían que tenían que peinarse y arreglarse durante horas para tener un buen aspecto. Para tener un novio –-a los seis años-- no bastaba con bañarse y llevar trenzas. Y en ese tiempo comenzaban a internalizar sistemáticamente los mandatos de un mundo machista donde las mujeres no pensaban, sino se lucían.

Las niñas del English American School, en aquel tiempo, pulían y afilaban las armas que unos doce años más tarde las conducirían a un ‘buen’ matrimonio. Yo soñaba con un barco llamado Mariana. No podíamos entendernos.

EDITORIAL

Editorial 

                Jóvenes para siempre


El mundo mejor con el que siempre hemos soñado está siendo posible. Esa es la impresión que queda de esta edición. Cuando decidimos volver los ojos a los jóvenes, nos encontramos con una generación rica, orgullosa y poderosa. Gente que bulle entre la tecnología, la globalización y la multiculturalidad.
No es una mirada ilusa. Hace algunos números reconocimos que los adolescentes enfrentan situaciones difíciles: embarazos, adicciones, soledad, violencia... Eso es cierto, pero no podemos ser ciegos ni ignorar a los miles que nos dan ejemplo cuando optan por causas solidarias, pacifistas y ecologistas. Salimos a buscarlos y encontramos que "no son niños genios, hijos de millonarios ni tampoco están hechos de un material diferente, solo tienen despierta su sensibilidad social".
Son muchachos que transforman el mundo, que generan a diario pequeñas revoluciones y cambios positivos. Líderes del planeta que batallan en proyectos de alto impacto social.
Crean y trascienden. Así los encontramos en Systema solar, una banda que desarrolla un ritmo ciento por ciento colombiano, construido a partir de varias culturas y visiones, "con cuidado y respeto", y que lleva a los jóvenes al origen de sus raíces, con una buena cuota de innovación, compañerismo y tecnología.
Fue muy grato encontrarnos con Iván Chacón, un joven y experimentado ilustrador, quien con sus dibujos de trazos fuertes y buen sentido del humor nos lleva a recorrer las tribus urbanas que se toman hoy las calles. Con su trabajo invita a sus  contemporáneos a explorar el cómic, el noveno arte, una manifestación cultural que aún está muy tibia en nuestro país.
No hay duda de que es una generación con mayor acceso a la educación y a la información, que quiere estudiar, aprender otros idiomas, viajar, tener proyectos y evolucionar. Aman la libertad y la autonomía. La independencia es un bien muy preciado y es posible que sean más maduros que sus padres cuando tenían su edad.
No queda más que envidiar incluso hasta su irreverencia y su rebeldía. Esa que a su edad los hace originales y guerreros, pero que al final del día los lleva a saber quiénes son, cómo son y a establecer su personalidad.
La lección que nos dejan: vivir el aquí y el ahora, y valorar el bienestar inmediato. ¡Vamos sin prisa, no hay afán de crecer!